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Por Virginia Latorre. Directora Ejecutiva Fundación Emma

“Los niños primero”, es una declaración de principios que surge a raíz del dolor y la indignación causados por la develación de las graves vulneraciones a los derechos de los niños cometidas al interior de las residencias de nuestro sistema de protección. También es la guía para la concreción de una política pública y social articulada de infancia que garantice el desarrollo sano de los niños y se anticipe a las situaciones en las que éste se vea afectado.

Una sociedad que prioriza proteger a los niños, cuidarlos y promocionar su desarrollo, no sólo tendrá el mayor retorno esperado, sino además la satisfacción de haber garantizado el respeto por los derechos de los más vulnerables de los vulnerables. 

Para ser efectivos en este plan de poner a los niños primeros, prevenir situaciones de vulneración y cuidar que se den las condiciones para su desarrollo, es necesario comprender que el niño no está solo, que vive en un entorno familiar y social que condiciona su bienestar, que hay que adelantarse y dejar de reaccionar, y que hay que levantar la información necesaria para generar programas sociales intersectoriales que se focalicen en la población clave y en el tiempo correcto.

En este sentido, la evidencia nos indica que llegar antes de los primeros mil días de nacido el niño hace que una intervención apropiada rinda los mayores resultados, y que los niveles de estrés en los padres y, en especial, las madres en esa etapa crítica del desarrollo, son más altos cuando hay pobreza y falta de apoyo social para el ejercicio del cuidado de los hijos.

La multiplicidad de roles que asumen las madres jefas de hogar, principalmente, las de hogares monoparentales y la alta incidencia que poseen en pobreza, nos debiera, entonces, dirigir hacia ellas. Llegar a tiempo, esto es, en la etapa del embarazo, crianza y educación temprana de sus hijos permitiría anticiparnos en el lugar adecuado.

Las cifras son elocuentes. El 39,4% de los hogares en Chile poseen jefatura femenina, más de un millón de ellos son monoparentales, lo que equivale a un quinto de los hogares chilenos. De estos, más de un 27% se encuentra dentro del primer quintil de ingreso (Casen 2015). Más contundente es la información aún, si agregamos que la principal cuidadora de los niños es la madre (95 %) y que el 75 % refiere no tener apoyo social para el cuidado de sus hijos (ELPI 2017).

Cuando nos escandalizamos por el número de niños en situación de pobreza, debiéramos también hacerlo por las madres que están a cargo de su cuidado. La exclusión sufrida por ellas se regenera en sus hijos.

La falta de reconocimiento de la importancia de la maternidad como agente de cambio y desarrollo, ha significado que en la identificación de grupos relevantes a los que dirigir las políticas y programas sociales, no se distinga el de la madre en situación vulnerable. Esto, a pesar de toda la evidencia estadística que la ubica tanto en número como en grado de vulnerabilidad psicosocial en los niveles más altos, impactando en las nuevas generaciones de la peor manera.

La invisibilización de este grupo ha conllevado a la perpetuación de las brechas de desigualdad de oportunidades entre hombres y mujeres, y en su cara más dramática entre mujeres que son madres y las que no lo son. De esta manera, la maternidad se ha convertido en algunos sectores en un inhabilitador de la inclusión y el desarrollo de las mujeres y niños.

A esto se suma, que la protección a la maternidad aún presenta grandes deficiencias que dificultan que la madre se inserte y se mantenga en sus empleos y cuente con los recursos y apoyos adecuados para el cuidado de sus hijos que garanticen su sano desarrollo. La corresponsabilidad parental y social para muchas mujeres es una utopía. Así, en ellas recae la mayor responsabilidad y el enjuiciamiento de una sociedad completa cuando no ha logrado proteger a sus hijos. La misma sociedad que le ha negado las oportunidades.

Generar una política pública con planes y programas sociales articulados y focalizados en la maternidad vulnerable permitiría llegar al lugar adecuado y en el momento oportuno para prevenir las vulneraciones en infancia y potenciar el desarrollo de miles de mujeres y niños que hoy están siendo visibilizados muy tarde por un sistema de alerta claramente deficiente.

La maternidad en sus primeras etapas es, sin duda, el momento para impulsar los cambios necesarios que favorezcan la expresión máxima de la potencialidad de los niños, disminuyendo desde la raíz la desigualdad.

Estamos de acuerdo. Los niños primero, pero no solos.

(Esta columna fue publicada originalmente en Voces de La Tercera)